Estuve todo el día “perdido” en la ciudad, caminando solo, dejando que me saliera al paso y me sorprendiera. Es una ciudad enorme y es imposible conocerla en unos días. Pero, andando por sus calles terminas encontrando algo interesante. Puede incluso que no ocurra nada, es la manera en que me gusta visitar una ciudad desconocida.
No eran
las mejores condiciones. Aún me dolía mucho la cabeza y la tos seca
y el estornudo pertinaz de este resfriado o alergia lo hace un poco
incómodo. De todas maneras perderse en una ciudad de 16 millones de
vidas es apasionante. Decidí ir al norte en un taxi. Desde allí trazar un recorrido andando por varios sitios usando el gps del móvil
y el plano que me dieron en el hotel.
Calles
interminables como Rama 1 me fueron mostrando la agitada vida que
bulle sin descanso. Comercios de ropa, negocios de exportación,
hoteles, mercados de segunda mano o de venta de última tecnología.
Gente que solo habla Thai o gente que te pregunta de dónde eres y
cuando sabe la respuesta te dice si de Bilbao o de Barcelona.
Una
cámara siempre es una buena compañera. El más fiero policía se
ablanda cosido por su vanidad y hace lo que le pidas para posar
orgulloso olvidando su posición de vigilancia.
Me
dirijo al Wat Arum. Desde donde estoy serán más o menos casi dos
horas andando, apenas sé nada del edificio pero según parece es de
obligada visita. Antes de llegar y en una enorme plaza me llama la
atención un puesto de cubiertos. Negocio el precio de unas
cucharillas y unos tenedores pequeños. Me encanta la combinación
del bronce con la teka y para mis tazas de té serán perfectas.
El
descuento casi no merece la pena pero regatear es un protocolo que te
permite conocer al otro y que te conozca. Algo que no podría darse
si aceptas pagar el precio original. El resultado es un trato que te
vincula y la sonrisa final es una complicidad establecida. Lo más
seguro es que no vuelva a ver a esa persona, pero se ha establecido
una relación y eso es entrar y permanecer. Venir aquí para comprar
no merece la pena. Ahora los objetos tienen una historia más que
recordarás cuando tomes el té a miles de kilómetros de distancia,
espero también que aunque el tiempo pase.
El plano
me lleva a un callejón donde se vende comida y artesanía. Aquello
se ha convertido en una cola de entrada y salida.
A mi
lado, un grupo de chicas japonesas. Una de ellas se mira en su tablet
como si fuera un espejo, se atusa el pelo. No puedo dejar de observar
su actividad. Me parece genial, ¡es un espejo de última generación
y con wifi!. Para estar segura de su perfección se hace una foto a
sí misma con un gesto forzado en los labios para sacar volumen.
Luego compara esa toma con las que hizo anteriormente. Tomó
incontables autoretratos de sí misma en diferentes poses pero
siempre sacando morritos. Terminará en una clínica poniéndose
silicona, tomando un tratamiento antidepresivo también de última
generación o quién sabe.
Finalmente
una galeria cubierta donde siguen los puntos de venta, a la derecha
venden marionetas, son preciosas. Me gustaria salir de la cola,
regatear y comprar alguna pero un joven nos urge a toda prisa
pidiendo 3 Bath. Pasan los que tienen moneda, la gente te empuja,
solo tengo un billete de 20 Bath, me retiene y después me da paso a
una especie de taquilla donde un tipo coge el billete y lo convierte
en calderilla con total indiferencia. Con la misma indiferencia cojo
lo que me da y paso al muelle. Debemos subir como ganado a una
barcaza para acceder a la otra orilla. Es la única entrada al
templo.