lunes, 30 de diciembre de 2013

BANGKOK


Estuve todo el día “perdido” en la ciudad, caminando solo, dejando que me saliera al paso y me sorprendiera. Es una ciudad enorme y es imposible conocerla en unos días. Pero, andando por sus calles terminas encontrando algo interesante. Puede incluso que no ocurra nada, es la manera en que me gusta visitar una ciudad desconocida.
No eran las mejores condiciones. Aún me dolía mucho la cabeza y la tos seca y el estornudo pertinaz de este resfriado o alergia lo hace un poco incómodo. De todas maneras perderse en una ciudad de 16 millones de vidas es apasionante. Decidí ir al norte en un taxi. Desde allí trazar un recorrido andando por varios sitios usando el gps del móvil y el plano que me dieron en el hotel.

Calles interminables como Rama 1 me fueron mostrando la agitada vida que bulle sin descanso. Comercios de ropa, negocios de exportación, hoteles, mercados de segunda mano o de venta de última tecnología. Gente que solo habla Thai o gente que te pregunta de dónde eres y cuando sabe la respuesta te dice si de Bilbao o de Barcelona.
Una cámara siempre es una buena compañera. El más fiero policía se ablanda cosido por su vanidad y hace lo que le pidas para posar orgulloso olvidando su posición de vigilancia.
Me dirijo al Wat Arum. Desde donde estoy serán más o menos casi dos horas andando, apenas sé nada del edificio pero según parece es de obligada visita. Antes de llegar y en una enorme plaza me llama la atención un puesto de cubiertos. Negocio el precio de unas cucharillas y unos tenedores pequeños. Me encanta la combinación del bronce con la teka y para mis tazas de té serán perfectas.
El descuento casi no merece la pena pero regatear es un protocolo que te permite conocer al otro y que te conozca. Algo que no podría darse si aceptas pagar el precio original. El resultado es un trato que te vincula y la sonrisa final es una complicidad establecida. Lo más seguro es que no vuelva a ver a esa persona, pero se ha establecido una relación y eso es entrar y permanecer. Venir aquí para comprar no merece la pena. Ahora los objetos tienen una historia más que recordarás cuando tomes el té a miles de kilómetros de distancia, espero también que aunque el tiempo pase.
El plano me lleva a un callejón donde se vende comida y artesanía. Aquello se ha convertido en una cola de entrada y salida.
A mi lado, un grupo de chicas japonesas. Una de ellas se mira en su tablet como si fuera un espejo, se atusa el pelo. No puedo dejar de observar su actividad. Me parece genial, ¡es un espejo de última generación y con wifi!. Para estar segura de su perfección se hace una foto a sí misma con un gesto forzado en los labios para sacar volumen. Luego compara esa toma con las que hizo anteriormente. Tomó incontables autoretratos de sí misma en diferentes poses pero siempre sacando morritos. Terminará en una clínica poniéndose silicona, tomando un tratamiento antidepresivo también de última generación o quién sabe.

Finalmente una galeria cubierta donde siguen los puntos de venta, a la derecha venden marionetas, son preciosas. Me gustaria salir de la cola, regatear y comprar alguna pero un joven nos urge a toda prisa pidiendo 3 Bath. Pasan los que tienen moneda, la gente te empuja, solo tengo un billete de 20 Bath, me retiene y después me da paso a una especie de taquilla donde un tipo coge el billete y lo convierte en calderilla con total indiferencia. Con la misma indiferencia cojo lo que me da y paso al muelle. Debemos subir como ganado a una barcaza para acceder a la otra orilla. Es la única entrada al templo.